Aquellos días de las calles empedradas, con viviendas con techo de pajas o ichus o calaminas oxidadas, solo han quedado en el recuerdo en la retina de los ojos de los juliaqueños de antaño.
En la memoria de algún Machu Aycha o Chiñi Pilco debe estar latente las celebraciones de un techamiento de una vivienda, que luego de colocar la ultima calamina en las paredes de adobe levantadas con entusiasmo empezaba el jolgorio al compas del bombo, tarola, tokoros y pinquillos, esos hombres inéditos se regocijaban estruendosamente ejecutando sus notas musicales del kashwa, que no necesariamente tenía que ser en un carnaval o en la fiesta de San Sebastián, los huasichakuc era en todo momento y los taripakuy eran ofrecimientos de apoyo recíproco.
Desde lejos se oían a las mujeres cantando emocionadamente por las calles, las melodías de la kashhua junto a su sargento Sucasaca, quien ataviado de botas del ejército, sombrero y Chalina y su cantinflora de huacto comprado en el tambeño de la calle Mariano Núñez, unían su alegría por haber cumplido con un objetivo, tener la casa techada.
Pero la ocasión no era solo para brindar y bailar, era también para degollar un corderito y con su sangre challar la pared y la carne para el asadito con papas para los visitantes, esas manifestaciones son las expresiones genuinas de un ayer sin precedentes, que aún merecen recordarlos.
La Juliaca de ayer, fue una convivencia de intereses expresadas en aspiraciones, esos hombres cobrizos del altiplano, sellaban sus reuniones en nuestro recordado totoral, allí rodeaban el pastizal y bailaban con entusiasmo y pasión, las avecillas como el tique el patillo se regocijaban zambulléndose una y otra vez en el agua azulino que recorría como un manantial los jirones Lima, Piérola, Raúl Porras y otras que hoy lo han convertido en un cementerio de la naturaleza.
Las lagunas temporales de los keñuales y la Rinconada se convertían en verdaderas piscinas para los niños y adolescentes de esa época, las madres de familia lavaban la ropa del marido y de los hijos y estos jugueteaban en un ambiente de libertad sin medir peligro alguno.
La sobrevivencia de la naturaleza y su tolerancia a los depredadores o predadores ha sido una lucha constante del guerrero sin armas y la ambición del humano agónico que cree ufanarse de su poder, por eso, no hay que equivocarse, que el depredador o predador, es el animal que caza a otros para subsistir, extermina, saquea sin compasión ante la mirada pasiva y negligente de los responsables de su cuidado, el cadáver ahí está muriendo, el cerro Espinal.
Actualmente, Juliaca no es un niño, es un cuerpo de 85 años que ha crecido por crecer, nos han impuesto estilos de cultura sin conocer los antecedentes, en otros casos, nos han traído las desordenes de sus pueblos y el común denominador de la incertidumbre.
Tradicionalmente un Machu Aycha en los días festivos vestía un sombrero azul, emulando al cielo serrano del invierno, el Chiñi Pilco de color verde, haciendo tono con el paisaje del campo, por ahí nació la idea de una Tokoreada, para no sepultar nuestro pasado; pero, ver una dama de Machu Aycha desdibuja totalmente, por favor, el varón tiene su vestimenta la mujer también, cada cosa tiene que estar en su lugar, esta vestimenta no es un DISFRAZ de la noche de brujas, es un colorido ancestral heredado, de ahí que rechazo, que se vistan de cualquier manera para salir del apuro o para complacer al peregrino pasa callejero.
Paisanos juliaqueños, miremos con optimismo el futuro de nuestra nación quechua y aymara, pero también déjense de experimentos, nuestra tierra necesita ORDEN, DISCIPLINA Y LIMPIEZA.
Este encuentro con la pachamama no debe ser solo casual por el día del cumpleaños, sino debe ser para plantearnos cómo mejorar en educación, no señalar únicamente a los culpables de nuestra nostalgia, sino decir cuál es el ofrecimiento que tenemos para los herederos de nuestra presencia pasajera en la vida.
Hoy, en estos precisos momentos cuando hemos sufrido la pérdida de vidas humanas en días previos a nuestra celebración, quitémonos las vendas de nuestros ojos, empecemos a actuar no culpando la irresponsabilidad a otro, ésta ya se cometió, qué nos garantiza que después de las lágrimas y discursos, no volverá a suceder.
Escribe: Alfredo Azcue Medina
0 comentarios:
Publicar un comentario