La agrupación Machu Aychas de Tokoros y Pinkillos, nace al calor de las gesta del Altipampa que sacude las profundidades del tiempo con la emoción desbordante de los pobladoresde esta tierra sin par, dinámica, generosa, hospitalaria y batalladora hasta con el mismo espinazo de sus vientos.
La raiz de su orígen se pierde en los siglos antiguos e inmemoriales que se cubrieron de estampas hermosas y maravillosas, leyendas que adquieren relieve dentro del acervo cultural de nuestra región. La sola apreciación de sus instrumentos y la indumentaria que llevan, nos dan los elementos necesarios para indicar que esto no data de hace pocos años. Es claro manifestar que como institución se organizaron con la buena voluntad y el entusiasmo de los autenticos hijos de esta ciudad.
Ya en la década de 1920 a 1930, se registra la inquietud de sus pobladores. Laboriosos con impetus de trabajo, tratan de agruparse. Precisamente son los hoteleros, los obreros, los laneros, los empleados y los campesinos o comunarios de entonces los que señalan la necesidad de mantener el cultivo de las voces nativas e inconfundibles del Tokoro y los Pinkillos de nuestros abuelos antepasados que dejaron metidos en sus cañas y en nuestras venas, la expresión dulce, guerrera, marcial, áspera, desafiante y a la vez melancólica de la música autóctona como la vibración de sus mas caros anhelos y angustias.
Propiamente surgen los Machu Aychas como los Huaynas rebeldes del altiplano, igual que los truenos y los relámpagos foribundos del Kollao, como los granizos, ventarrones y heladas cual estirpe de la raza Kolla en la Phascana del corazón de la tierra.
Son los Machu Aychas los decendientes de la raza bronceada, los moradores del ande, los mensajeros del Incanato, los que levantan nuevamente el árbol frondoso de la Kashwa de San Sebatían y el tronco tutelar del Huaynaroque con la danza de hombres y mujeres que hacen gala de su juventud, por que es la fiesta del año y la filigrana del ensueño del mes de enero que ilumina la grácil fuente de las sensaciones románticas.
La agrupación de Machuaychas de Tokoros y Pinkillos esmero de la estampa Juliaqueña, ritmo y compás de la fuerza visionaria que llena los pulmones del frio en los meses de invierno de la meseta andina. Es la fiesta del amor de la Kashwa de San Sebastían. El simbolo del entusiasmo y la alegria de los Machu Aychas. El mar fecundo de la emoción que aflora y anhela la felicidad de la vida que acaricia flores de encanto y la arrogancia juvenil de los años mozos.
En la policromia de la danza de la Kashwa está también la bravura de los jóvenes interpretes quienes liban el licor de los celos por la aventura y el encanto de sus desvelos.
En su coreografía tanto los hombres como las mujeres hacen la policromía de sus movimientos con la cadencia vistosa y la agilidad en el jaleo original de las parejas.
Hermozas jovenes con phullos y chucos de color variado y vistoso, riman sus versos inteminables, con el hombre que exhibe la guapeza fornida de sus pasos y el salto felino del coro que repica las flores de la Kashwa de San Sebastian, (20 de enero). Rueda tras rueda "invita rosas", jala que jala "huifita rosas", interminable la danza, "Isidorita... aysarillahuay" repiten los varones jadeantes. Las manos de la ronda cargan el brio y el donaire de todos. En ellos se ve el sortilegio de las flores, el anticipo del sello de la buena cosecha con el derroche de la danza.
La Kashwa de San Sebatían, carnaval chico, augurio de lindos días de suerte, los tokoros y los pinkillos de los Machu Aychas abrigan con la melodía de sus voces, tejidos con el verbo del hambre y la miseria, para olvidar la pena cargados de dolor y angustia en los rincones más pequeños del corazón del Cristo Blanco de Huayna Roque.
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